Tras este fracaso, encontró empleo en la agencia de bolsa Gold Indicator Company. Su trabajo consistía en supervisar los índices del precio del oro en los mercados internacionales. Pronto concibió un sistema, basado en una cinta perforada, que reflejaba con rapidez los cambios en las cotizaciones de las empresas de Wall Street.
Pidió una reunión con el presidente de la empresa, seguro esta vez de que su invento sí que iba a interesar. De hecho, pensaba ilusionado, incluso podrían llegar a pagar 5.000 dólares por él. Pero Edison era joven (23 años) e inexperto, y una vez ante el jefazo, no se atrevió a hacer ninguna petición. “Dígame usted cuanto cree que vale mi invento”, le dijo.
Sin pestañear, el presidente de la Gold Indicator Company le ofreció 40.000 dólares. Edison se quedó estupefacto. ¡Ocho veces más de lo que él pensaba pedir! En ese momento, vio con toda nitidez por donde se encaminaba su futuro profesional.
Segunda lección: No te quedes corto pidiendo. Para bajar, siempre hay tiempo.
Hasta el final de su vida, Edison nunca más ofreció soluciones a problemas que no existían y, desde luego, nunca se quedó corto pidiendo. Se hizo rico, famoso y admirado. Todo el mundo le quería y, a su muerte, las luces de muchas ciudades se apagaron en señal de duelo.
Colorín, colorado.
¿Colorín, colorado? No. Nos queda una tercera lección sobre negociación. Ya hemos dicho que aquí, en El Sindicato Clandestino, Thomas Alva Edison no cae nada bien. No vamos a negar su talento científico, ni su sentido práctico ni, sobre todo, su habilidad para los negocios.
Pero, en el fondo, era un mal bicho. El Sindicato Clandestino propone que se le rebautice como “el chungo de Menlo Park”.
Antes de llegar a la tercera lección, unas líneas para explicar como “el chungo de Menlo Park” se dedicó a destrozar, minuciosa y concienzudamente, la carrera (y aún la vida) de su gran rival, Nikola Tesla, el caballero que aparece en la bizarra fotografía de al lado. Nikola Tesla sí que nos cae muy bien. Consideramos que es una especie de héroe maldito, y nos proponemos aprovechar este espacio para hacer un poquito de justicia histórica.
Edison contrató a Tesla para que le ayudase a desarrollar su principal apuesta: la Corriente Continua. Para ello le prometió 50.000 dólares. Tras un año de trabajo, en el curso del cual Tesla le proporcionó varias patentes, Edison se negó a pagarle. La justificación que dio fue que eso de los 50.000 dólares era “una broma americana”. Le sacó del laboratorio y le puso a cavar zanjas. Qué tío tan bromista. La vida era una juerga en el laboratorio del chungo de Menlo Park.
Gracias a unos amigos, Tesla encontró trabajo en Westinghouse. Se puso a investigar en el desarrollo de la Corriente Alterna, pues pensaba que esta resultaría mucho más útil y segura para electrificar las ciudades.
Pero Edison decidió dedicar toda su capacidad de presión, que era mucha, para desprestigiar a Tesla y a la Corriente Alterna. Fue Edison quien propuso (y consiguió) el uso de la silla eléctrica de corriente alterna para ejecutar a los condenados a muerte. Incluso sugirió que este método de ejecución fuera conocido como “westinghousizar”. En su campaña de comunicación, el “chungo de Menlo Park” hizo electrocutar a decenas de animales (elefantes incluidos). Filmaba sus humeantes muertes y distribuía las películas para que la gente las viera en espectáculos públicos organizados por él. ¿Veis por qué nos parece un mal bicho?
Aunque de aquí se extrae la tercera lección:
Tercera lección: Presenta tus argumentos de la forma más impactante posible.
Finalmente, las ventajas de la Corriente Alterna eran tan grandes que acabó imponiéndose, pero a Tesla no le sirvió de nada. Nuestro héroe no era tan buen negociador como Edison y cedió todos los royalties de su invento a Westinghouse, que pasaba por una situación financiera delicada. Su generosidad costó a Tesla una cantidad de dinero sencillamente incalculable.
Nikola se puso entonces a trabajar en el desarrollo de las ondas de radio de alta frecuencia. Marconi, que recibió el Premio Nobel por sus aportaciones a la telegrafía sin hilos, le robó nada menos que ¡17 patentes! El robo fue reconocido oficialmente por el Tribunal Supremo de los Estados Unidos en 1943. Tesla no pudo alegrarse de esta resolución, porque había muerto poco antes.
Por cierto, y como inquietante nota final, inmediatamente después de la muerte de Nikola Tesla, agentes del gobierno entraron en su despacho y se llevaron todos los documentos sobre sus investigaciones que pudieron encontrar. Estos documentos fueron clasificados como “secretos”. Y… ¿sabéis qué? Aún no han sido desclasificados.
Si el tema os ha gustado, aquí van unos cuantos enlaces de interés: